En diciembre de 1990, Reinaldo Arenas, muy enfermo de SIDA, se suicidaba en Nueva York dejando este estremecedor testimonio personal y político, unas memorias a las que había puesto el punto inal apenas unos días antes de acabar con su vida. Arenas reunía las tres condiciones ideales para convertirse en un perseguido por el régimen Cubano castrista: era escritor, homosexual y disidente.