Hay que decirlo sin reservas: Las manos al fuego, de José Gai, es la mejor novela negra que se ha escrito en Chile durante mucho tiempo. Compleja, bizantina, bien construida, ambigua, de real calidad literaria - y, en consecuencia, de un estilo que refleja el tono anárquico, poético, a veces subversivo y paranoico de esta clase de ficciones, la narración es digna heredera de los clásicos norteamericanos que evoca: Highsmith, Chandler, Hammett, Woolrich. Así, en tanto el llamado neopolicial hispanoamericano o, en particular, el chileno, se caracteriza porque sus cultores chapotean en el lugar común, el facilismo, la ramplonería, Gai evita toda concesión, huye del cliché, sorprende constantemente, elabora una trama sutil, colmada de equívocos, exasperante, donde cualquier definición del bien o del mal, cualquiera posibilidad de exponer a los personajes en términos claros - malvados, despiadados, generosos, altruistas- se halla excluida desde la primera hasta la última página del relato.